Este año se celebraron el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución de nuestro México querido, y a pesar de todo sólo hubo fiestas. A propósito, el mes pasado también se cumplieron 42 años del movimiento del 68 y creo que es importante recodar a quienes desgraciadamente murieron en el intento de hacer algo por nuestro país…
Pasan los años… pasan rápido, volando. Y no olvidamos, no perdonamos.
1 día, 2 de octubre, 3 culturas fueron testigos.
Todo sucedió deprisa, en una plaza se reunieron, en Tlatelolco, miles de estudiantes, pidiendo justicia, democracia, paz… tantos como uno solo, tan unidos por sus ideologías. Ya casi terminando el evento, se alzaron unas manos, todos eran extraños, se miraban, reían irónicamente; las cortas vidas, se extrañaron, dudaron, sospecharon, corrieron, huyeron, sin saber que pasaba, extrañados, confusos. Desarmados, con el alma tendida en el piso, observaban, empezaron a caer… ahora, un poco de historia.
El movimiento de 1968 es la culminación de una década de intensas luchas populares que se inició a partir de la represión de la huelga ferrocarrilera de 1959; el asesinato de Rubén Jaramillo, en 1962; el activismo del Movimiento Revolucionario del Magisterio; los movimientos huelguísticos de los telegrafistas y los médicos, y las acciones de una franja importante de grupos que optaban por la lucha armada bajo la influencia del triunfo de la Revolución Cubana.
Antes de estallar el movimiento, las llamadas “sociedades de alumnos” eran una forma organizativa muy común entre el estudiantado, aún en aquellos centros educativos con hegemonía de la izquierda. El movimiento tornó obsoletas esas estructuras que en algunos casos eran utilizadas por el partido oficial para la cooptación de dirigentes estudiantiles, surgiendo en su lugar los comités de lucha nombrados en asambleas generales, cuyos delegados integrarían el Consejo Nacional de Huelga, una forma democrática de organización que funcionó hasta el final sorpresivo del movimiento.
El 68 se caracterizó por sus grandes y combativas marchas: las de agosto y septiembre, la del silencio, la de las antorchas; se recuerda por la generosidad, alegría, irreverencia e imaginación de esa generación marcada por un movimiento que le dio una señal de identidad. Este movimiento se integró principalmente por estudiantes y profesores (pero también por padres y madres solidarios) de las distintas escuelas y facultades de la UNAM, el Politécnico, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, aunque se sumaron rápidamente alumnos de la educación media y superior de escuelas y universidades de diversas procedencias sociales, e incluyeron a no pocos estudiantes de centros universitarios privados incorporados a las brigadas de información y propaganda que recorrían la ciudad y constituyeron un efectivo medio de comunicación que se enfrentó con éxito a los grandes medios controlados por el gobierno.
Los autores intelectuales más señalados son el ex presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz; su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez; los mandos militares de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y el Estado Mayor Presidencial, así como diversos altos funcionarios de la policía y del entonces Departamento del Distrito Federal. Ninguno de los responsables materiales e intelectuales ha sido castigado por ese delito de lesa humanidad, por lo que a 40 años priva la impunidad. Este acontecimiento cimbró para siempre a una generación que guarda en su memoria una lección indeleble: la clase en el poder recurre al uso de la violencia genocida si considera amenazados sus intereses y privilegios.
El 68 fue un acontecimiento histórico de gran magnitud que impactó a grandes sectores sociales mediante los jóvenes estudiantes, quienes como nunca sintieron el cariño popular no sólo en la ciudad de México y sus alrededores, sino en todos los estados donde el movimiento se expandió. Se demandaban mínimas libertades democráticas, la libertad de los presos políticos y el fin de un régimen autoritario por parte de un Estado que nunca estuvo dispuesto a resolver el conflicto. Se llegó hasta el final trágico decidido por el poder, hasta Tlatelolco, donde se aprendió la significación de la dignidad y la lucha que no claudican y que fructifican hasta nuestros días.
“Siempre recordaré, en ese día fatídico, a una mujer imperturbable y erguida en medio de las balas, los gritos de los heridos y la angustia de la gente que frenéticamente buscaba protegerse; ella levantó lentamente sus brazos, haciendo con sus dedos la señal de la V de la victoria que el movimiento adoptó, mientras la plaza se llenaba de muerte, dolor y luto”.
¡DESPIERTA Y ÚNETE PUEBLO!
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